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Noviembre

Píramo y Tisbe: una reelaboración en la novela de caballerías española

Resumen

 

A lo largo de toda la tradición clásica castellana, el mito del amor trágico de Píramo y Tisbe ha sido uno de los más productivos en diferentes géneros, épocas y movimientos. Muestra de ello es que podemos encontrar referencias a los dos amantes babilonios y reinterpretaciones y traducciones de su leyenda desde el comienzo mismo de la literatura española en la Edad Media, en obras como la General Estoria[1], hasta la literatura más actual, en autoras como Carmen Martín Gaite (1925-2000) o Lucía Vilanova (1961)[2].

Un ejemplo de su influencia en época medieval es la interesante reelaboración de la historia que lleva a cabo el escritor Jerónimo de Urrea (1510-1573) en su novela de caballerías Don Clarisel de las Flores, que fue escrita a mediados del siglo XVI, pero que no se editó hasta 1879, y que hoy es considerada como una de las mejores y más originales de su tiempo. La narración del episodio de Píramo y Tisbe que aparece en esta novela será la que analicemos en las siguientes páginas, intentando prestar atención a sus similitudes y diferencias con el mito original para luego poder explicarlas.

El mito

La historia de amor mítica de Píramo y Tisbe se recoge por primera vez en el libro IV de las Metamorfosis de Ovidio[3], aunque es seguro que era conocida anteriormente y que había otras versiones que, al menos en este momento, no nos interesan. En un principio, parece que la intención de Ovidio al narrar este mito era mostrar que el peculiar cambio de color en el proceso de maduración de las moras, que en un principio son blancas y luego, ya maduras, se vuelven negras, se debía al contacto de estas con la sangre –quae poma alba ferebat, ut nunc nigra ferat contactu sanguinir arbor (Met. IV 52-53)–. Estaríamos, por tanto, ante un relato etiológico, una explicación mítica a través de una pequeña metamorfosis de un fenómeno de la naturaleza. No obstante, por encima de esta intención etiológica, fue la historia de amor desdichado de los dos jóvenes la que, restándole protagonismo al cambio de color presente al final de la narración, perduró e influyó en la literatura posterior.

Según el sulmonés, Píramo y Tisbe eran dos jóvenes babilonios, los más hermosos del lugar –iuvenum pulcherrimus alter, altera, quas Oriens habuit, praelata puellis (Met. IV 55-56)– que vivían en casas adosadas y que, con la vecindad y el trato, se habían enamorado. Sin embargo, por razones que no se nos dicen, sus padres se oponían a este amor, por lo que ambos se consumían –ex aequo captis ardebant mentibus ambo (Met. IV 64)– sin poder estar juntos.

Aun así, siguieron comunicándose por gestos y señas, de manera que la pasión que se profesaban aumentaba por momentos hasta que descubrieron, según Ovidio gracias al propio amor –quid non sentit amor? (Met. IV 68)–, una grieta que había en la pared que unía ambas casas y que había pasado desapercibida durante años. A travès de esta podían hablarse y por ella continuaron el noviazgo, hasta que un día decidieron escaparse juntos y huir al amparo de la noche, quedando en encontrarse junto al sepulcro de Nino, donde había una fuente y un moral, árbol que hasta entonces daba frutos blancos.

La primera en salir de su casa y llegar al lugar es Tisbe, armada de valor gracias a sus sentimientos por Píramo –audacem faciebat amor (Met. IV 95)–. Por desgracia, al llegar al sitio acordado, se encuentra con una leona que, sedienta después de matar y devorar unos bueyes, se había acercado a beber a la fuente. Asustada, la muchacha corre a esconderse en una cueva dejando caer sin darse cuenta su velo, velo que la leona desgarra y mancha con la sangre de sus fauces antes de proseguir su camino.

Después de esto aparece Píramo, que al ver el velo ensangrentado y huellas de un animal de gran tamaño llega a la conclusión de que una fiera ha matado a su amada Tisbe, y, desolado, decide quitarse la vida allí mismo. Rápidamente, se clava la espada en los ijares y, al sacarla, la sangre sale a borbotones, como si de una tubería agujereada se tratase –cruor emicat alte, non aliter, quam cum vitiato fistula plumbo scinditur et tenui stridente foramine longas eiaculatur aquas atque ictibus aera rumpit (Met. IV 121-124)– y salpica el árbol, cuyos frutos ennegrecen. Cae, además, de espaldas a los pies del moral, y su sangre penetra en las raíces del árbol tiñendo el resto de las moras de un color negruzco.

Cuando cree que el peligro ha pasado, Tisbe sale de la cueva y vuelve al sitio acordado, que al principio no reconoce por el nuevo color de los frutos que cuelgan de las ramas. Pero enseguida ve a Píramo muerto sobre su velo manchado de sangre y, entendiendo lo que ha pasado, toma la espada de su amante y se da muerte también, cayendo sobre él y contribuyendo con su sangre al nuevo color de las moras.

 

La reinterpretación

 

Como ya indicamos al principio, el episodio que ha dado lugar al presente estudio puede encontrarse en la Primera parte del libro del invencible caballero Don Clarisel de las Flores y de Austrasia, a caballo entre el capítulo XIV y XV[4], en la parte de la novela en la que se narran “las auenturas que por el camino de Traçia avinieron á los caballeros del sol”. En efecto, aunque no fue editada hasta finales del siglo XIX, los estudiosos parecen apreciar cada vez más la originalidad de esta novela de caballerías, pues, entre otras cosas[5], Urrea intercala dentro del relato de las vivencias de Clarisel historias tomadas de la tradición popular y la mitología clásica, dándoles un tratamiento particular y llegando, en ocasiones, a mezclar unas con otras. Buen ejemplo de esto es, precisamente, el fragmento que nos ocupa ahora, en el que se narran los amores de Píramo y Tisbe de una forma bastante alterada.

Nuestros dos amantes hacen su aparición en la novela cuando a los mencionados caballeros del Sol, mientras cruzan un bosque, les sale al paso otro caballero maldiciendo y dando grandes voces. Al preguntarle qué le ocurre, este les pide que abandonen ese camino –esta carrera que lleuays vá á la perdiçion de los cavalleros que amadores son (p. 158)–, pues lleva al lugar donde ocurrió la tragedia de Píramo y Tisbe, y procede a relatársela.

Según su interlocutor, cerca de aquel lugar, en una famosa ciudad llamada Apolonia –aunque algunos quieren dezir que fueron de Babilonia, de Egipto (p. 158)­–, vivieron en casas vecinas un apuesto joven, Píramo, y una hermosa doncella, Tisbe. Como fuera costumbre en la ciudad que las jóvenes no se dejaran ver hasta estar casadas, Píramo, que se había enamorado de Tisbe, buscó alguna forma de comunicarse con ella –anduvo Piramo mirando tanto los rincones de su casa por si fallaría parte por donde vella pudiesse (p. 158)– hasta que encontró una grieta en la pared que separaba ambas casas.

Junto a esa rendija esperó días y días –tanto tiempo en el estuvo aguardando la caça (p.158)– un momento propicio, hasta que Tisbe apareció detrás de la brecha y pudo hablarle, pero ella, asustada, huyó de allí. Aun así, días después, Tisbe vuelve a comprobar de quién había sido aquella voz y, tras conocer a Píramo y entablar conversación con él, acaban enamorándose el uno del otro. Deseosos de estar juntos, deciden fugarse y quedan en una fuente cercana a un bosque que había en la ciudad. Tisbe sale en primer lugar, confiando en que Píramo ya la estaría esperando allí. Sin embargo, con quien se encuentra en el lugar acordado es con un león que venía a beber a la fuente tras haber dado caza a una cierva. Asustada, se escondió en unos sepulcros antiguos que había cerca, dejando caer el manto que llevaba, manto que el león –dándole olor de cosa viva (p. 159)– destroza y mancha de sangre.

Tras esto, llega Píramo –tremando de codiçia y temor su amada Tisbe fuera allí venida ó le ouiesse burlado (p. 159)– y encuentra el manto de Tisbe ensangrentado, lo que sin ninguna duda indicaba que su amada había muerto a manos de algún animal salvaje. Por ello, decide quitarse la vida al instante, poniendo el pomo de su espada sobre el suelo y dejándose caer sobre ella –y assi atrauesado quedó sobre el manto (p. 160)–. Momentos después llegará Tisbe y, viendo que Píramo se ha suicidado, decide hacer lo mismo y se deja caer sobre la parte de la hoja que sobresalía por la espalda del muchacho, quedando así abrazados eternamente.

Con todo, la historia de Píramo y Tisbe recogida en el Libro del invencible caballero Don Clarisel no acaba con la muerte de sus protagonistas, y es esta parte final, quizás, la más peculiar del relato. Tras su muerte, los dos jóvenes fueron convertidos por el Dios de los gentiles en un moral, y las moras de este y de todos los demás dejaron de ser blancas para pasar a ser negras –fuessen de color de sangre (p. 160)–. Además, y lo que es más importante, la espada que mató a los amantes quedó clavada en el moral y se convirtió en la mejor arma  existente, digna solo del mejor caballero del orbe, que sería aquel que pudiese arrancarla del tronco y usarla para dar muerte al león que provocó la confusión y posterior suicidio de Tisbe y Píramo, que desde entonces quedó como guardián del lugar.

Dicha empresa era una verdadera prueba de valor y el comienzo de una gran aventura, pues el león podía curar sus heridas en la fuente del Antiguo León –que assi llaman á aquella auentura (p. 160)–, nombre que se le dio a la fuente en la que quedaron los dos jóvenes babilonios para encontrarse con la muerte. Si un caballero era capaz de hacerlo y estaba además enamorado de corazón, podría atravesar la entrada del río Artus, un río cercano a aquel lugar, y emprender una aventura maravillosa. Ni què decir tiene que el caballero que logró sacar la espada, haciendo brotar la sangre antigua de Píramo y Tisbe del tronco del moral, fue Don Clarisel de las Flores, pero esa es otra parte de la historia de la que no nos ocuparemos nosotros en estas páginas[6].

 

El análisis

 

A la hora de comparar la versión que Jerónimo de Urrea presenta de la historia de Píramo y Tisbe con la versión original de las Metamorfosis, y aceptado ya que nos encontramos ante un caso claro de tradición clásica[7], hemos fijado nuestra atención en diferentes aspectos. Estos aspectos están relacionados, en primer lugar, con los temas presentes en el texto; en segundo, con la intencionalidad del autor; y en tercer lugar, con las formas, los tópicos y el estilo de la composición. 

Atendiendo a los temas del relato, Stith Thompson[8], que llevó a cabo la monumental tarea de clasificar los motivos presentes en todos los cuentos, leyendas y mitos del mundo, señala que los motivos principales de la historia de Píramo y Tisbe son, por una parte, dentro de los temas relacionados con la suerte y el destino, el motivo del “amante que se suicida creyendo muerta a su amada”, y por otro lado, dentro de los temas relacionados con la comunicación de los amantes, el motivo de “amantes que se hablan a través de una pared”. Todo ello enmarcado, además, en el tema genérico del amor trágico. En esta línea, podemos comprobar que Jerónimo de Urrea mantiene los mismos motivos principales en su narración de la leyenda de nuestros dos jóvenes, pues ambos siguen hablándose por una pared y ambos acababan suicidándose por amor.

Más allá de esto, sin embargo, comienzan las diferencias realmente interesantes entre los dos textos. Como ya dijimos antes, Ovidio en sus Metamorfosis no había decidido narrar “la historia de Píramo y Tisbe”, o “una historia de amor desgraciado”, sino explicar a través del mito un fenómeno de la naturaleza, que era una de las funciones principales que cumplía la mitología para los antiguos. No obstante, en la versión de Urrea el cambio de color de las moras queda relegado a un segundo plano, no solo por la historia de los jóvenes novios, como ya venía ocurriendo desde la Antigüedad, sino también por el futuro post mortem de los dos amantes.

Por tanto, lo que realmente importa al autor del Don Clarisel es contar la aventura que nace a partir del suicidio de los dos amantes babilonios y su transformación en moral – que recuerda, ciertamente, a la leyenda de Filemón y Baucis, transformados por Zeus en roble y en tilo respectivamente–, de modo que el relato sea simplemente una digresión utilizada para introducir un episodio más en el desarrollo de su libro. La intencionalidad de Urrea no es explicar un fenómeno físico o cantar a los amores trágicos, ni siquiera torizar sobre el amor y sus peligros, como muchos antes que él habían hecho desde la publicación de los Ovidios Moralizados[9], sino dotar de un origen propio a una narración interior de la novela. El escritor da, por consiguiente, un paso más en la evolución del mito: si anteriormente el romance de los jóvenes babilonios había quitado protagonismo a la metamorfosis de las moras, ahora la aventura que se desarrolla alrededor del moral en que se convierten, y por ende Don Clarisel que es el que emprende dicha aventura, les arrebata el protagonismo a ellos mismos.

En este sentido, si comprendemos que a Jerónimo de Urrea no le interesa ser totalmente fiel al modelo, sino usarlo para sus propósitos, podemos explicarnos los pequeños detalles del mito que el escritor parece haber pasado por alto, como que sea un león, en lugar de la leona original, el que aparece para beber en la fuente; que su víctima sea una cierva en lugar de unos bueyes; que Tisbe deje caer un manto en lugar de un velo; o que la joven no pudiera salir de casa porque era tradición en la ciudad que las mujeres no se dejasen ver hasta estar casadas, tradición que es totalmente inventada.

Esta ligereza a la hora de tratar los pequeños matices del episodio original contrasta con otros momentos del texto de Urrea en los que incide, quizás  demasiado, en aspectos irrelevantes para el lector. Por ejemplo, explica que el león había decidido desgarrar el manto de Tisbe porque olía a cosa viva, detalle totalmente secundario para el desarrollo del capítulo. Esto no es más que un ejemplo de cómo el autor intenta adaptar el género mítico al género caballeresco y a la prosa española del momento, aportando detalles realistas para dar veracidad a su obra. Otra muestra de ello es que los amantes de Urrea sean de Apolonia, una ciudad más cercana geográficamente al lugar donde se está desarrollando la acción que Babilonia, o que al final Píramo se lance sobre su espada en lugar de clavársela, pues esta era una manera más noble de morir a ojos del público medieval.

De hecho, el mismo personaje de Píramo tiene una caracterización totalmente diferente a su modelo clásico, que puede notarse en dos momentos de la historia: el primero, cuando busca una grieta en la pared, desesperado de amor, rompiendo con la idea originaria de Ovidio de que era el propio amor el que encontraba ese fallo en el muro tantos años escondido; el segundo, cuando va corriendo a buscar a Tisbe porque pensaba que podría haberle engañado, idea que al Píramo ovidiano ni siquiera se le habría pasado por la cabeza. Una vez más, son detalles realistas, podríamos decir que incluso cómicos, más cercanos al género novelesco que al mitológico.

Tampoco observamos –más allá del ya señalado exclusus amator o paraclausithyron, motivo que presenta al amante junto a las puertas cerradas, en este caso, la pared de la amada– la aparición de los tópicos latinos usados por Ovidio en las Metamorfosis, como el de la flamma amoris o locus amoenus. Sí que encontramos la utilización de un tópico más adecuado a la Edad Media, el de la venatio amoris o caza de amor, que compara la conquista amorosa con la caza, cuando vemos a Píramo acechando detrás de la pared la llegada de su deseada Tisbe.

Con todo, esto no quiere decir que Jerónimo de Urrea no conociera el mito original y la literatura grecolatina o que sus palabras bebieran más de una tradición clásica patrimonial que de una tradición clásica culta. A lo largo del relato vemos indicios de que en la mente del escritor se mantenía el texto latino, como cuando señala que algunos afirman que los amantes eran de Babilonia, no de Apolonia, o cuando hace esconderse a Tisbe en unos sepulcros, recordándonos a la tumba de Nino que aparecía como punto de encuentro en la historia original.

Pero hay dos momentos del relato, dos conceptos que están tomados directamente del modelo original, en los que la presencia ovidiana se deja ver con total claridad. El primero de ellos aparece cuando el escritor señala que Tisbe sale de su casa de noche sin miedo alguno gracias al valor que le infundía el amor por Píramo. Esto nos recuerda, en efecto, a la sentenciosa expresión audacem faciebat amor presente en el texto latino primigenio, que transmitía la misma idea de que a los enamorados sus sentimientos les infunden un valor que antes no tenían.

En segundo lugar, la hermosa metáfora que crea Ovidio a propósito de la sangre que mana de la herida de Píramo al sacarse la espada de los ijares, de la cual dice que salpicó al moral con la fuerza del agua que sale despedida por la picadura de una tubería de plomo[10], será reproducida intencionalmente en la novela cuando Don Clarisel saque la espada del moral y brote a borbotones la antigua sangre de los desgraciados amantes.

 

Conclusiones

 

En resumen, hemos visto cómo en su Primera parte del libro del invencible caballero Don Clarisel de las Flores y de Austrasia Jerónimo de Urrea lleva a cabo una originalísima reinterpretación de la historia de los amantes babilonios Píramo y Tisbe, historia que Ovidio había plasmado ya en el siglo I d. C. en sus Metamorfosis. Hemos señalado también cómo, en líneas generales, Urrea utiliza los mismos temas y personajes del texto latino, y cómo los acontecimientos se desarrollan en el mismo orden temporal.

Sin embargo, la utilización que realiza el autor medieval del relato mítico no responde a una intención etiológica o a un deseo de recordar los amores desdichados de una joven pareja de la Antigüedad, sino que busca enmarcarla dentro de su novela de caballerías como origen de una aventura posterior totalmente diferente.

Para hacer esto, hemos comprobado que, partiendo del texto original, introduce cambios en el tratamiento de los personajes, añade nuevos detalles en la leyenda –y omite otros– y utiliza nuevos tópicos literarios, recursos todos ellos necesarios para encajar un texto mitológico dentro de la novela caballeresca medieval española. De esta manera, Urrea reelabora y enriquece el mito original, tomando en cuenta tanto el relato de Ovidio como los que se habían escrito posteriormente bajo su influjo, ocupando su lugar en la tradición literaria de la historia de los dos amantes y permitiendo su pervivencia en la tradición clásica castellana.

 

 

 

Bibliografía

 

Cristóbal López, V. (2005). Tradición clásica: concepto y bibliografía. Edad de Oro, 24, 27-46.

Marín Pina, Mª C. (1998). “Metamorfosis caballeresca de Píramo y Tisbe en el Clarisel de las Flores de Jerónimo de Urrea”. En Rafael Beltrán (ed.), Literatura de caballerías y orígenes de la novela (289-307), Valencia: Universidad de Valencia.

Marín Pina, Mª C. (2002). “Clarisel de las Flores” de Jerónimo de Urrea. Edad de Oro, 21, 451-457.

Ovidio Nasón, P. (1969). Les métamorphoses. Tome 1, I-V; texte établi et traduit par Georges Lafaye. París: Les Belles Lettres.

Ovidio Nasón, P. (2011). Metamorfosis; edición y traducción de Consuelo Álvarez y Rosa Mª Iglesias. Madrid: Cátedra.

Thompson, S. (1955). Motif-index of folk-literature: a classification of narrative elements in folktales, ballads, myths, fables, mediaeval romances, exempla, fabliaux, jest-books, and local legends. Bloomington: Indiana Universty Press.

Urrea, Jerónimo de. (1879). Primera parte del libro del invencible caballero Don Clarisel de las Flores y de Austrasia. Sevilla: Sociedad de Bibliófilos Andaluces.

 

 

Notas

 

[1] En Sánchez-Prieto, B. P., Díaz Moreno, R. y Trujillo Belso, E. (2006). General Estoria. Segunda parte. Edición de textos alfonsíes en REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Banco de datos (CORDE) [en línea]. Corpus diacrónico del español. «http://www.rae.es/» fol. 146V a 151R. De esta traducción del episodio mítico narrado por Ovidio, la primera que encontramos en castellano, beberán muchas de las manifestaciones posteriores.

[2] En las novelas Nubosidad Variable (1992) y la pieza teatral Invidere (2001), respectivamente. En una investigación de mayor envergadura que aún no ha sido publicada, y de la que nace este pequeño artículo, nos ocuparemos de estudiar y recoger todas estas manifestaciones del mito en la literatura española.

[3] Met. IV 55-166.

[4] Urrea, Jerónimo de. (1879). Primera parte del libro del invencible caballero Don Clarisel de las Flores y de Austrasia. Sevilla: Sociedad de Bibliófilos Andaluces. pp. 159-161.

[5] Para saber más sobre la originalidad e importancia de esta novela, vid. Marín Pina, Mª del Carmen. (2002). “Clarisel de las Flores” de Jerónimo de Urrea. Edad de Oro, 21, 451-457.

[6] Para un estudio más detallado del encaje del mito en el universo caballeresco de la novela vid. Marín Pina, Mª del Carmen. (1998). “Metamorfosis caballeresca de Píramo y Tisbe en el Clarisel de las Flores de Jerónimo de Urrea”. En Rafael Beltrán (ed.), Literatura de caballerías y orígenes de la novela (289-307), Valencia: Universidad de Valencia.

[7] Sobre tradición clásica, poligénesis y cómo diferenciarlas, vid. Cristóbal López, V. (2005). Tradición clásica: concepto y bibliografía. Edad de Oro, 24, 27-46.

[8] Cf. Thompson, S. (1955). Motif-index of folk-literature: a classification of narrative elements in folktales, ballads, myths, fables, mediaeval romances, exempla, fabliaux, jest-books, and local legends. Bloomington: Indiana ón de Consuelo Álvarez y Rosa Mªnuevo cuando Don Clarisel saque la espada del moral y brote la sangre de los desgraciados amanteUniversty Press.

[9] Traducciones, comentarios e interpretaciones de las Metamorfosis escritos en la Edad Media, que buscaban en los escritos del poeta latino ejemplos para extender la moral y las enseñanzas cristianas.

[10] Para leer más sobre esta metáfora de Ovidio, vid. Newlands, C. (1986). “The simile of the fractured pipe in Ovid’s Metamorphoses 4” Ramus, 15, 143-153.

Carlos
Salvador

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